Después de un prólogo escrito por una tercera persona (que hace, por cierto, un uso extraño, y a veces diría incluso que incorrecto, de la puntuación) nos sumergimos de lleno en ese océano de títulos, autores y fechas que constituye el grueso del libro. El devenir del estilo es suficientemente descrito, pero algunos párrafos llegan a transformarse en listas difíciles de leer y que aportan poco; esto, de todos modos, no sucede tanto como para estropear la lectura. Por lo demás, el texto, escrito con claridad y sencillez, se desliza a través de los siglos siguiendo un orden cronológico, sin por ello cortarse a la hora de efectuar saltos temporales según las exigencias del autor o el género (algunas veces es necesario si un tema quiere tratarse bien).
Riquer es experto en literatura medieval; se agradece que no se deje llevar por ello y que la cantidad de páginas que se le dedica a cada cosa sea proporcional a su importancia. Valverde, por su parte, sabe algo de filosofía, y a él sí que se le nota, porque a veces se mete en berenjenales a los que no debería haberse acercado: da opiniones más que discutibles sobre el pensamiento de ciertos autores, y no da lugar a discusión por mencionarlos solo de pasada. Esto se lo podrían haber ahorrado. Otra cosa buena es la atención que se le presta a la prosa científica como género por méritos propios; otra mala, la obsesión que tiene Riquer con el Quijote, que le hace ver su influencia en casi cada novela posterior a su publicación. Puede tener razón, pero llega a resultar exagerado.
Aparte de errores puntuales en la transcripción de los títulos (qué le vamos a hacer), una cosa que me ha llamado la atención y no me ha hecho mucha gracia ha sido eso de que a los autores se los cite por su apellido y las autoras, por su apellido precedido por el artículo «la». Me quejo siempre de los obsesos de estos detalles, pero en este caso creo que hacen quedar a las escritoras como mujeronas que por dedicarse al arte se vuelven masculinas. Cosas mías, supongo.
Y con eso me parece que hemos terminado con los defectos en sí. Una conclusión que puede sacarse de esta Historia de la literatura universal es que las motivaciones del hombre han sido, en todas las épocas y todas las culturas, prácticamente las mismas. (Hablando de épocas, el que muchos capítulos se titulen «De tal periodo a tal» no hace sino confundir: ¿estamos hablando del Renacimiento o del Barroco?) Los autores se refieren a todos los mencionados con un respeto que es de admirar, aunque a veces, con la cantidad de gente a la que se menciona y el poco tiempo que les da de hablar de ella, lo que hay detrás del libro es más un proceso de recopilación enciclopédica que de verdadera crítica.
Al final del segundo volumen se incluye un apéndice escrito con posterioridad en el que diversos estudiosos dan un repaso a la literatura de un montón de países en los últimos años (lo cual era necesario, porque originalmente el libro pasaba casi de largo del boom latinoamericano, cosa que me parece un gran error). Esto da lugar a solapamientos que en ocasiones derivan en graciosas contradicciones: la opinión que originalmente se tiene de Capote es más bien fría, mientras que el apéndice se deshace en ardorosos elogios. Nada de mayor importancia, en realidad.
Tal como dije al principio, me ha encantado, a pesar de lo que pueda parecer. Es por ello que lo recomiendo a cualquiera que tenga cierto interés por la historia de la literatura, o por el desarrollo del pensamiento en general.
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