Naturalmente, el lenguaje es esencialmente un instrumento de comunicación de contenidos. Por tal motivo, aunque la obra literaria procure un uso especialmente destacado del instrumento lingüístico de que se vale; es asimismo a través de sus contenidos, que comunica y que elabora el objetivo de su expresión artística, el cual frecuentemente exorbita el ámbito del arte para incursionar en el de la propaganda de ideas.
Como regla general, la creación literaria es esencialmente una exteriorización: el escritor escribe para publicar y para ser leído. Tal vez no fuera correcto calificar de obra literaria aquella creación tan intimamente personal del autor, que solamente se satisfaga con haberla alcanzado para sí, sin aspiración alguna a cierta forma de exteriorización y consiguiente búsqueda de ser compartida.
Por ello, aún cuando en algunos casos pueda buscar un lucimiento por los logros puramente formales que alcance en el manejo del idioma (o incluso una gratificación personal e íntima, lo que es válido especialmente en la poesía); esencialmente el escritor busca transmitir el contenido de sus emociones, sus reflexiones, sus visiones o experiencias, frecuentemente sus ideas y concepciones del hombre, del mundo, de la sociedad y de la vida, tanto en el plano político como filosófico o religioso.
También es posible que aunque ello implique ya un cierto grado de manipulación el objetivo no sea tanto transmitir sus propias emociones o vivencias, sino suscitar en el lector determinadas reacciones emocionales por medio del vector artístico; ya que, si se tratara de suscitar una actitud de análisis y reflexión, el vector no sería estético sino racional, y el texto encasillaría no en la literatura, sino en el ensayo u otras clases de escritos.
El escritor es frecuentemente un artista que pretende hacer de su labor una actividad profesional; aunque también subsisten quienes practican la creación literaria con fines puramente de realización personal. Pero de todos modos, el componente de búsqueda de reconocimiento social, aunque sea por parte de los grupos reducidos o selectos integrados por sus afines, constituye sin duda uno de los motivantes básicos del escritor.
En este último sentido, es una realidad frecuente que quienes se consideran escritores, tienen vocación de serlo, o aspiran a hacerse un lugar en el llamado “parnaso” literario; frecuentemente se integran en grupos bastante cerrados de sus afines, a los que por lo común sólo puede accederse por intermedio de otros anteriores integrantes, donde se intercambian las creaciones, se discuten teorías estéticas, o ideologías diversas, se ensalzan tendencias o corrientes literarias, se trata de ser partícipe en la búsqueda de hallazgos formales, etc.
Son círculos a menudo denominados “cenáculos” como la célebre “torre de los panoramas” de Herrera y Reissig en los que suele imperar un alto grado de apasionamento a menudo de sectarismo y no pocas veces una reciprocidad ditirámbica en función de la cual todos se elogian mutuamente; con lo cual, en algunos casos, llegan a construirse estrellatos literarios en el resto de la sociedad, no siempre sustancialmente justificados.
No obstante salvo cuando la vanidad personal (que suele ser un componente del escritor) fuera extrema, y se viera satisfecha solamente por el halago de un pequeño grupo de allegados la aspiración final del escritor es comunicar para lograr en su lector una sintonía, cuando no una coincidencia y adhesión total, en la forma más masiva posible; lo cual, adicionalmente, en función de los derechos de propiedad intelectual, también puede constituir una excelente fuente de ingresos económicos tanto para escritores como para editores.
Al igual que ocurre con algunas expresiones musicales especialmente de tipo popular o generacional la producción literaria, que requiere de una industria editorial para difundirse, genera con ella una interacción en virtud de la cual las empresas dedicadas al negocio editorial necesitan a su vez alimentarse constantemente con contenidos nuevos.
La generalización del gusto por la literatura, a diversos niveles de calidad, da origen además de la industria editorial a otra serie de actividades conexas; tales como las columnas de crítica en los periódicos u otros medios de difusión masiva, así como a la propia docencia literaria y académica. Todo lo cual se retroalimenta, suscitando una actividad permanente entre todos sus componentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario